miércoles, 19 de enero de 2011

Desayunos

El viernes estaba desayunando con Javi en la cafetería que está al lado de mi casa. Desayunamos siempre allí todos los viernes, aprovechando que salimos muy temprano de trabajar y nos gusta ir a ese lugar por las tostadas que ponen. Siempre me pido lo mismo, media con mantequilla y jamón york, de mollete eso sí y un manchado. Javi que es un copión se pide lo mismo pero con un colacao en vez del café. 
El caso es que me di cuenta que me había comido la tostada en un plas, y a los cinco minutos estaba mirando la de Javi, que aún no se había comido ni la mitad, y comencé a rogarle un poquito de la suya:
"¿Pero por qué no disfrutas más del desayuno y te lo comes lentamente saboreándolo?" me dijo él molesto por no dejarle tranquilo con su mantequilla-york.
"Pues...no lo sé" respondí yo. Y en ese instante vino a mi mente una escena de mi infancia, recuerdo que mi madre nos compraba bolsas de chucherías y nos la daba por las tardes. Gusanitos para mi hermano y para mí, ¡qué de tiempo hace que no como gusanitos! Con ese sabor salado, tirando a mantequilla...ummm.
 La escena era la siguiente, mamá traía las chuches las repartía equitativamente y comenzábamos a comérnoslas. Yo con mi rapidez y eficacia suprema, las devoraba ferozmente arrebañando el fondo de mijitas de gusanitos salados que quedan al final de la bolsa. 
Instintivamente, mi mirada se clavaba en aquel niño pequeño de mejillas sonrosadas y cara de pillo, que se comía lentamente su bolsa mientras jugaba con sus playmobil.  Doña Flor, como me decía a veces mi padre, no tenía otra cosa que ponerse a mirar con carita de cordero degollado a su hermano. Recordemos que tres años más en la infancia se notan, y la inocencia de mi hermanito llegaba hasta límites inimaginables. 
"¿Jugamos a que yo era tu perrito, y me dabas de comer?", le decía sabiamente. Y el pobre niño accedía al juego y yo con postura y ladridos de perro correteaba a su alrededor obteniendo, a lo tonto a lo tonto, casi la mitad de la bolsa de mi pobre brother. Y todo por no comerme la mía con más tranquilidad. Otro día contaré el suceso de la peluquera y cómo  a alguien se le ocurrió regalarme un set de peluquería al que yo añadí la tijera de la cocina e invité a jugar a mi hermano a los peluqueros. ¿Adivinan quién fue la peluquera y quién recibió el corte de pelo?. 
En fin, que en esta tesitura no sé si pensar que debería aprovechar más la comida y comer más lentamente, o que el animal de la selva que más rápido come más cacho pilla.


    

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