jueves, 28 de julio de 2011

Dudar

Creer es muchas veces dudar, decía Voltaire. Yo llevo una temporadita de duda constante. Duda por absolutamente todo. Incluso de el pijama que me voy a poner cada noche.
Llega el verano y este, en particular, aunque comenzó  con un estupendo viaje a Italia del cual escribiré algún post próximamente, se ha convertido en una cuesta arriba estúpida y decepcionante.
(Antes que nada, quiero agradecer los apoyos a algunos de mis queridos lectores, que sinceramente me ha sorprendido que los hubiera jajaja. Más de una persona me ha mandado mensajes o me ha comentado que porqué tenía tan abandonado el blog, y es cierto, estaba abandonado. Concretamente anoche me animó a escribir una antigua alumna de Alosno, que me envió un privado al tuenti diciéndome que seguía mi blog y que le gustaba. Así que le doy las gracias, porque eso me ha dado fuerzas para ponerme a escribir, es lo primero que he hecho al levantarme).
Puede que este primer post, esté vacío, carente de fuerzas, pero bueno entended que tengo que calentar la máquina un poco después de unos cuantos meses sin escribir.

Como decía al comienzo del texto, este es un verano extraño. Comenzó las primeras semanas de julio, tras venir de un viaje por Italia que me dejó con la boca abierta. Después de ver toda aquella majestuosidad, aquellas catedrales, aquel arte por cada esquina, por cada rincón de cada pequeña ciudad italiana y llegar a mi pueblo, creo que sufrí un choque extraño frente a la realidad.
El primer sentimiento surgió en la piscina. No sé qué serían los veranos antes por estos parajes sin ella, ya que es uno de los escasos entretenimientos que pueden ocupar las calurosas tardes de verano. Otra opción es tragarse todas las novelas que ponen en la tele hasta las 7 de la tarde, más los programas absurdos del corazón que le siguen. El caso es que uno de estos días, estando allí, vino a mi mente una nostalgia enorme. Me puse a mirar, y vi que yo era vieja. Sí, que ya quedaron atrás todas aquellas tardes de juegos de cartas, de risas con los amigos, ahogadillas, bocadillos a media tarde... Todo lo que ocupó gran parte de mi infancia y adolescencia. Los chicos, seguían jugando a las cartas a mi alrededor, los amores de verano seguían emergiendo como fuertes olas que chocan contra el mar, las risas, las niñas leyendo revistas juveniles... todo era igual, el tiempo se había parado pero yo ya no era uno de ellos, yo estaba al margen y aquella época de felicidad absoluta alejada de la realidad hacía mucho tiempo que quedó atrás. Así que me invadió durante unos días esa pena extraña y agónica. Ahora te toca ser la madre de esos niños, bodas, responsabilidades... ¿no es esa juventud lo más hermoso de la vida?.

Poco a poco, afortunadamente, se me fue pasando, pero ahora surgió otro miedo más que se juntó a esa nostalgia. El miedo al dolor. Sí, como lo oyen, afortunadamente ya se me ha ido pasando, y ya estoy fuera de esa estupidez de aquellos días de comienzo de verano, pero fue así. Mi tia se quemó las manos con una olla exprés y se quemó literalmente. Me tocó entrar con ella en la sala de curas, y ver cómo mi tia sufría, cómo sentía dolor mientras le quitaban los pellejitos quemados, le echaban cremas, la vendaban... fue una experiencia del todo poco recomendable. Aguanté estoicamente dándole ánimos, con una sangre fría que no era propia de mí, me sorprendí a mí misma con lo floja que he sido siempre para todo eso. No obstante, después creo que me ha pasado factura y he tenido esa sensación de miedo al dolor, de  angustia que sin darme cuenta era sólo por la tensión sufrida en aquel momento. Y de ahí he pasado directamente a la duda, a la duda de todo lo que me rodea. Porque creo en lo que hago, como bien dice Voltaire, tengo la duda como constante. Supongo que los libros que estoy leyendo sobre filosofía y la argumentación para la tesis también tienen algo que ver, pero ya hablaré de eso en otra ocasión. A ese miedo al dolor, también se ha juntado porque no decirlo, la tristeza que me está produciendo estos días ver a mis abuelos enfermos  y mayores. Me angustia, me devuelve de nuevo a esa infancia y me hace estrellarme de bruces contra la realidad: ya soy vieja, los años pasan, y todo lo que parecía estar inalterable hasta hace prácticamente nada, está evolucionando. Y ese cambio, esa evolución, como no, me dan miedo y tristeza a la vez. Y no quiere decir que ahora la vida sea peor que antes, ni mucho menos, pero es distinta y el hacerse mayor, como no asusta. ¿Cómo saber si uno ha escogido el camino correcto? ¿Es esta vida la que yo deseaba con 16 años?  Dudas y más dudas, que no se pueden resolver.


                                            PISCINA DE SANTA OLALLA

Esto es en resumen, lo que ha sido lo poco que llevo de verano. Tengo que escribir un post de todo lo anterior y porqué dejé de escribir. Pero eso mañana, creo que por hoy, ha sido suficiente. Siento si no está a la altura de vuestras expectativas en mi blog. Poco a poco.