viernes, 4 de noviembre de 2016

ESCRIBIR



Escribir, bonita palabra. Así llamamos a esa acción mágica de ir uniendo letra a letra para formar palabras, para crear ideas, para sentir la vida a través de ellas. Comencé trazándolas a mano y poco a poco plasmándolas a través del tecleo, del suave sonido celestial que se produce al presionar tu dedo con ternura sobre cada una de las letras que sirven de instrumentos para plasmar el sentir más profundo de tu propia alma.
¿Qué haríamos sin este don divino? Para algunas personas, se convierte en un modo de vida e incluso creación y evolución personal desde la adolescencia. Hace pocos días, encontré un cuaderno mío de mis estudios de bachillerato, lleno de matrices y de derivadas, números y simbología que ha debido ocultarse en el fondo de mi cerebro porque no recuerdo absolutamente nada de aquellas matemáticas. Me dediqué a mirar con cierto asombro, aquella sucesión de ejercicios perfectamente corregidos y completos, y justo cuando terminaban esos números me reencontré con mi yo adolescente. Allí estaba yo, con mis escasos diecisiete años reflexionando sobre la vida, entre clase y clase y en la parte de atrás del cuaderno. Y aunque escritos con muy mala letra planteaba una serie de ideas muy bien argumentadas en torno al paso del tiempo, la libertad o injusticias sociales. Mi yo se desahogaba así, conversando con un papel y unas letras, y a veces, intercambiándolo con una de sus amigas, pasándose sus escritos mutuamente y estableciendo entre ambas, de por vida, una conexión irrompible entre sus almas.
Esa niña ya forjaba las ideas que me marcarían de por vida evolucionando a través de las palabras. Y es que ese modo de vida y gusto por la escritura hizo que estudiara periodismo, y que acabase siendo profesora de lengua y literatura. Y, aunque esta vida tan perfectamente planificada ajustada a los horarios laborales y un largo etcétera de excusas me alejen de la escritura, siempre ese gusanillo  me sube por la tripa y de vez en cuando me pide explicaciones por el abandono y la sequía a la que tengo sometida a las palabras de mi mundo interior. Y como bien dijo el gran Antonio Machado, “caminante no hay camino se hace camino al andar” y esta tarde he regado un poquito ese sendero de letras, aprovechando la  hermosa lluvia otoñal.