No podía dormirme, llevaba ya un ratito dando vueltas en la cama y en mi mente ha aparecido de repente el nombre de La Hoja en Blanco. Es cierto, hace ya tiempo que no escribía ninguna entrada y que menos que hacer una referencia a las fechas en las que nos encontramos. La Navidad.
Para mí la Natale se asocia a cariño, reuniones en familia, reencuentros de amigos, creo que es lo más bonito que tiene esta época. Cuando era más joven, lo asociaba simplemente a salidas, juergas hasta tarde y salidas con los amigos. Ya francamente lo veo desde otro punto de vista.
Para mí la Navidad es un momento especial, en el que por fin la familia tiene una excusa para reunirse al completo. No puedo describir lo bonito que es ver a mis abuelos sonreir mientras miran a su primera bisnieta y con lágrimas en los ojos mi abuela se lamenta de lo mayor que es y si verá a algún bisnieto más nacer. La Nochebuena es ese momento feliz en el que los villancicos y las panderetas sirven para olvidar las penas, recordar a los ausentes y brindar por los presentes.
Pero no es la Nochebuena lo que más me gusta, según se acerca el fin del año, en mi ser siempre nace una extraña sensación de melancolía, esa revisión de los acontecimientos pasados y los propósitos de enmienda y deseos para que todo salga mucho mejor.
La otra tarde, viendo como mis primos más pequeños no lo son ya tanto, como mis abuelos son cada vez más ancianos, y como el paso de los años hacen que seamos uno más en la familia, me hizo darme cuenta de que la vida pasa tan rápido que apenas nos damos cuenta de lo verdaderamente importante. Con la vorágine del día a día, de las ocupaciones, de las responsabilidades, unas impuestas, otras buscadas sin darnos cuenta, no somos capaces de disfrutar de los momentos que vivimos, no conseguimos saborear cada instante que curiosamente podría ser el último.
Yo me propongo vivir más detenidamente, porque creo que eso es lo realmente intenso, observar cada flor que me muestre el paisaje, vislumbrar cada gota de agua que se esconda en los recodos de las ventanas húmedas por el rocío de la mañana, me propongo disfrutar de las historias y las canciones que gracias a Dios aún puede contarme mi abuelo. Me propongo seguir estando orgullosa de la familia que tengo, del amor que me muestran en cada una de sus palabras, de sus miradas, de sus gestos. No dejar que pase el tiempo, no espaciar esas reuniones tantísimo en el tiempo, porque puede ser que la siguiente Nochebuena ya sea demasiado tarde.
Quiero seguir reencontrándome con mis amigas de verdad, no extender tanto en el tiempo las llamadas que uno debería hacer, demostrarle a la gente que me importa que de verdad me importan. Las personas que de verdad son importantes para uno mismo no deberían irse a dormir ni un día más sin saberlo.
En fin, que esa melancolía que me hizo rellenar páginas y páginas de mis diarios juveniles lamentándome, este año, y por primera vez se ha convertido en alegría. ¿Para qué estar triste cuando tengo ante mis manos todas las armas para seguir siendo feliz? Supongo que es cuestión de hacer aún más inmensa esa sensación y disfrutar de ella junto a los demás.
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