Esta noche siento esa palabra que en alguna ocasión seguro que habéis sentido en vuestro propio cuerpo. Ese escalofrío que recorre cada minucioso poro de la piel, cada músculo y cada hueso hasta desembocar en la punta más abierta de alguno de tus cabellos. Se manifiesta de diversos modos, y en variadas ocasiones, pero cuando uno percibe esa sensación, nuestro cerebro dibuja esa palabra que de forma arbitraria está representada así, MIEDO.
Normalmente aparece ante sucesos, circunstancias o momentos desconocidos. Generalmente, se asocia a algo que puede en algún instante reportarnos dolor, angustia y algún daño a nuestra propia persona o incluso alma. Se puede sentir miedo si lo que hacemos tiene consecuencias que desconocemos a priori, o el impacto total que tendrá: perder a alguien, cambiar de trabajo o comprarse una casa pueden hacernos sentir el MIEDO. Creo que muchas de las veces está asociada también al cambio, porque ese cambio y esa crisis producen desasosiego, el desasosiego propio de no controlar la situación al cien por cien.
Yo he sentido miedo en muchas ocasiones, desde que era pequeña. Era como se suele decir, una niña miedica. Me acostaba por las noches y tenía pánico, escuchaba ruidos, tenía que encender la luz, supongo que en aquella época eran los monstruos los que me preocupaban. ¿Habrá alguno dentro del armario? Llamaba a mamá y ella tenía que inspeccionarlo, el armario, debajo de la cama, porque a mí ese miedo me paralizaba y me impedía incluso moverme. Después ese miedo pasó por otros derroteros, aún recuerdo como nuestra profesora del colegio nos contó que había que tener cuidado con los espíritus y las güijas, y durante una larga temporada mi pánico a la hora de dormir se había enfocado en esos espíritus que podían rondar mi habitación y mi casa. Recuerdo que incluso me hacía una cama con los cojines del sofá en la alfombra de la habitación de mi hermano para no dormir sola. En otra ocasión, dormí en la alfombra de la habitación de mis padres, todo ello sin que ellos se dieran cuenta, claro.
Ese MIEDO a dormir y a la oscuridad me ha perseguido toda la vida. Más que otro tipo de angustias, porque de hecho siempre he sido muy lanzada a probar cosas nuevas en todos los ámbitos y he seguido la máxima que dice que es mejor arrepentirse de haber hecho algo, que arrepentirse de no haberlo intentado.
El miedo que siento esta noche, es sin duda miedo a lo desconocido, miedo a un quirófano, miedo a que me pinchen la epidural. Por lo tanto... el miedo es al dolor. A que me duela la anestesia, a que me duela la operación y a que me duela todo lo que viene después. He soñado esta noche con la operación, una operación que se desarrollaba en una casa antigua, como la de mi abuela, los médicos me introducían en una habitación supercutre que ejercía las labores de quirófano, mi madre aparecía por allí con una jeringuilla en la mano, "no te asustes, que esta es la epidural", el doctor llevaba un maletín del que sacaba los instrumentos. ¡Pretendían que me tumbase en aquella cama a que me pusiera la inyección como si nada!.
En fin, que eso, que me da miedo por lo que pueda pasar. Tengo la certeza de que todo va a salir bien, porque es algo más bien rutinario, pero no puedo dejar de tener esa angustia concentrada en el pecho y esa imagen mental de una aguja acercándose a mi espalda. En fin, miedo.
3 comentarios:
Yo también tengo miedo Ester...
A lo desconocido
A " no dar la talla"
A defraudar en los que creen en mi...
Estoy muerta de miedo pero como tu dices... mejor intentarlo que quedarse siempre con el que habría pasado si...
Son las experiencias nuevas por las que pasamos, las q hacen q sintamos miedo, pero merece la pena notar como se acelera el pulso...la descarga de adrenalina! y el bienestar cuando todo pasa...en fin, esas cosas son parte de la magnifica VIDA!
eli
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