Si alguien se lo preguntaba. No, no me quedé en el quirófano. Hace ya más de diez días de mi operación y sólo recuerdo un vago halo de nebulosa estúpida en el que los días han pasado sin pena ni gloria y los sin sabores del posoperatorio me han sumido en la más infame inopia.
Llegamos a aquella clínica sobre las once y media, dimos los datos, tarjeta por aquí, tarjeta por allá, no he visto yo lo importante que es la tarjeta dorada en estas clínicas, sin la tarjeta ni agua. "Pasen ustedes a la sala de espera que en unos minutos les llamamos!. Nos sentamos en aquel lujoso hall observando los enormes cuadros que decoraban la sala, tres señoras de mediana edad esperaban también a nuestro alrededor. "No estés nerviosa, que esto no es nada mujer". Me decía mi madre, que aunque no lo dijese con palabras estaba hasta más nerviosa que yo. A los cinco minutos, vino un celador muy agradable, que nos llevó a la habitación, nos hizo un recorrido por la misma: cama, mandos de la cama, tele de plasma, cuarto de baño, sofá cama para los acompañantes... y sin más se marchó, dándome una bata para que me la fuera poniendo. No había hecho más que irse cuando llegó otro celador, con pinta de protagonista de las películas de Kun fu, y me hizo firmar el consentimiento de la operación. Vamos, que si me moría, no era culpa de ellos. Ahí empecé a ponerme aún más nerviosa. Fuera anillos, relojes, pendientes y todo tipo de objeto metálico. Braga y sujetador podían quedarse conmigo. Mierda, joder, que mi braguita de Hello Kitty tiene un corazón metálico, no me jodas, ostias, ¿y ahora qué?. Tú no te preocupes, me dijo mi padre, que eso lo solucionamos rápido. Y con una llave mandó el corazoncito al otro mundo.
Sin darme cuenta los nervios habían inundado todo mi cuerpo, y cuando volvió de nuevo el celador con una silla de ruedas y me dijo: ¡Vamos!. Un lagrimón brotó resbalando por mi mejilla.
Cuando llegué al quirófano y vieron que iba llorando me dijeron que qué me pasaba, que allí no pasaba nada, que tranquila. "¿Tú cuántos años tienes?" me dijo una enfermera, Dios mío que vergüenza me entró, verdad, con treinta y llorando, "Que no mujer, que no lo digo por eso...".
Me subieron a la camilla, y me pusieron la via del suero. Sólo recuerdo un par de bromas del anestesista y que me di la vuelta de lado para la epidural. Ya lo siguiente que sentí era cómo el doctor me decía, ¿estás despierta?. Mira, ya estamos casi terminando, giradle el monitor. Y después, vagos recuerdos hasta que estaba muerta de frío en la sala en la que estuve esperando casi dos horas a que se me fuese la anestesia. La señora de al lado lloraba en lo de la anestesia, yo tenía un reloj en frente y el castañear de dientes iba pasando a medida que las agujas del reloj avanzaban.
Me subieron a la habitación, y allí estuve hasta últimas horas de la tarde. La pierna apenas la sentía, supongo que seguía drogada. Nos fuimos para casa y casi que me da algo intentando subirme a la cama, la pierna era una auténtica mole.
Lo peor vino al día siguiente, empecé a tener fiebre y a sentirme bastante mal, y al parecer lo que había ocurrido es que me entró un virus. Pasé unos tres días sin tomar nada más que acuarius y con un mal cuerpo horrible. Lo más doloroso de todo, las inyecciones de heparina que hay que ponerse en la tripa para evitar trombos. Vaya tela... Póbrecita mi madre, que ha tenido que aprender a ponérmelas, porque yo con lo que soy, si tuviese que ponérmelas sola me daría algo. Tengo unos cuantos agujeritos en la tripa y varios cardenales.
La pierna más o menos bien, ya voy doblando cada vez más la rodilla y me quitan los puntos esta tarde. A quien vaya a operarse de menisco, le digo que la operación en sí no es tanto, yo no sentí nada, es más el miedo que da el quirófano. Ya os contaré cuando comience la rehabilitación, que imagino que molestará bastante porque tantos días la pierna quieta, será normal.
En fin, que entre pitos y flautas, estos días han sido totalmente improductivos y aburridos, no he conseguido organizarme para hacer prácticamente nada. Espero que ahora que me quitan la venda y estoy más animada pueda disfrutar las últimas semanas de baja haciendo algo útil. Menos mal que Lisa me ha hecho compañía todo este tiempo. ¿Lo que más deseo? Darme una buen ducha larga y duradera sin miedo a que se meta agua en la bolsa y se moje la venda.