lunes, 11 de abril de 2011

Incertidumbre

Tengo el corazón oprimido. Un líquido pesado sobresale  de él y me llega hasta la barriga, produciendo una sensación entre amarga y placentera. Vacío, dicen que se llama. Lo está produciendo la incertidumbre, el desasosiego de no controlar ciertos aspectos de mi vida que me gustaría tener bien atados. Pero es inútil, no puedo con todo. No consigo manipularme para que todo se quede en su debido sitio. Sin salirse de su lugar, dentro de su cajón, dobladito, sin amontonarse. Pero si me paro a pensar, bien es verdad que nunca he conseguido ser ordenada, y que sin darme cuenta todo se propaga de un sitio a otro sin sentido, es como si las cosas que me rodean tuviesen vida y quisieran encontrar su propio sitio.

Es lo que debe ocurrir con mis manos, con mis ojos, con mi alma. Cada uno trota hacia un lado sin saber bien hacia dónde dirigirse, aunque todos ellos tienen bien claro lo que quieren y desean. 
Pero quien manda es la cabeza, la que ordena y distribuye. A veces se cabrea, se rebota, se indigna porque no le hacen caso y pone firme al personal en un momento, de muy mala manera y con muy malas formas. Es mucho mejor así. Después del rapapolvo todo vuelve a su sitio. O a lo que creen que es su sitio, según se mire.

Pero hoy tengo todo descontrolado, los latidos se me aceleran, no consigo centrarme ni dejar de imaginar hipotéticas vidas, hipotéticos futuros, lugares... No sé dónde estaré el año que viene. Mañana me haré una pequeña idea, pero esta jodida incertidumbre me mata, me agobia, me sobrepasa. Cuando mañana entre en las novedades de la Junta, pinche en la adjudicación y ponga mi nombre estaré sin aliento. Y salga lo que salga, ya me convertiré en otra persona, en otra vida distinta a la que llevo hasta ahora. Porque todo habrá cambiado, ese destino cambiará todo, hará que todo sea diferente. El cambio es bueno, hace que evolucionemos. Pero en este instante, en este preciso momento prefiero quedarme como estoy, pero sin la sensación de ahogo permanente. Ojalá que algún día me desprenda de esta inseguridad que tanto me abruma. Supongo que es cuestión de años, y de intentarlo.

                       Así me siento, pequeña ante todos los gigantes que no puedo controlar en mi vida

miércoles, 6 de abril de 2011

Gurumelos

Hace mucho que no escribía. Se ve que al volver a mi vida normal, vuelven las historias y las ganas de contar cosas. Lo bueno es volver a Sevilla en esta época. Son curiosas a veces las emociones contrapuestas que le pueden inundar el alma a uno. En este caso a una. A servidora.
La semana pasada, cuando tuve que venirme a la capital me daba pena abandonar la sierra, sentí nostalgia por aquello, por ese otro mundo que tanto me gusta aunque a veces no me dé cuenta. El sentimiento brotó cuando fui la semana pasada a coger gurumelos con mi padre. Él es un gran aficionado cuando llega la época, entre febrero y marzo dependiendo de las lluvias y el año,  a salir por las tardes a buscar este preciado manjar. Incluso tiene una cesta destinada para tal menester.
Coger gurumelos es todo un arte, un arte que no todos llegan a desarrollar, o como bien me dijo mi padre "es algo hereditario e innato a los genes". La frase me la dijo después de que orgulloso descubriese que su lección para encontrarlos había sido dignamente aprendida. ¡Encontré solita tres gurumelos! . No te preocupes, que es que acaba de venir alguien por aquí hace unas horas, por eso no encuentras más. Y era cierto, se encontraban los huecos en la tierra de haberlos recogido recientemente. Había que ir buscando un pequeño montoncito desquebrajado en ocasiones y simplemente elevados en otros. Fácil, lo que se dice fácil no era.

Pero me gustó ir con mi padre a buscarlos, (por supuesto comérmelos aún más: en croquetas, en salsa, con arroz, puré...) me sentí agusto, el sol dándome en la cara, el olor a jaras y romeros, el trinar de los pájaros, los arroyos llevando agua. Toda esa vida verde y azul alrededor desarrolló en mí la necesidad de escribir hace muchos años, y algo me dijo que aquello era algo que no podía perder nunca. Una tradición, una costumbre que es propia de la sierra, de la familia y de un pueblo entero.
Me di cuenta que parte de mí, una gran parte está por allí. Que esa forma de vida es algo que siempre voy a llevar dentro, esas raíces de la tierra que tanto me han aportado siempre permanecerá en mí.
Por mucho que me guste la ciudad, por mucho que me encante Sevilla, siempre encontraré un hueco para pasear por la sierra, un momento para estar con los míos y coger gurumelos será algo que un día enseñaré a mis hijos.
                                 
                                            Gurumelitos cogidos por mi papi