jueves, 24 de febrero de 2011

La operación de menisco

Si alguien se lo preguntaba. No, no me quedé en el quirófano. Hace ya más de diez días de mi operación y sólo recuerdo un vago halo de nebulosa estúpida en el que los días han pasado sin pena ni gloria y los sin sabores del posoperatorio me han sumido en la más infame inopia.
Llegamos a aquella clínica sobre las once y media, dimos los datos, tarjeta por aquí, tarjeta por allá, no he visto yo lo importante que es la tarjeta dorada en estas clínicas, sin la tarjeta ni agua. "Pasen ustedes a la sala de espera que en unos minutos les llamamos!. Nos sentamos en aquel lujoso hall observando los enormes cuadros que decoraban la sala, tres señoras de mediana edad esperaban también a nuestro alrededor. "No estés nerviosa, que esto no es nada mujer". Me decía mi madre, que aunque no lo dijese con palabras estaba hasta más nerviosa que yo. A los cinco minutos, vino un celador muy agradable, que nos llevó a la habitación, nos hizo un recorrido por la misma: cama, mandos de la cama, tele de plasma, cuarto de baño, sofá cama para los acompañantes... y sin más se marchó, dándome una bata para que me la fuera poniendo. No había hecho más que irse cuando llegó otro celador, con pinta de protagonista de las películas de Kun fu, y me hizo firmar el consentimiento de la operación. Vamos, que si me moría, no era culpa de ellos. Ahí empecé a ponerme aún más nerviosa. Fuera anillos, relojes, pendientes y todo tipo de objeto metálico. Braga y sujetador podían quedarse conmigo. Mierda, joder, que mi braguita de Hello Kitty tiene un corazón metálico, no me jodas, ostias, ¿y ahora qué?. Tú no te preocupes, me dijo mi padre, que eso lo solucionamos rápido. Y con una llave mandó el corazoncito al otro mundo.
Sin darme cuenta los nervios habían inundado todo mi cuerpo, y cuando volvió de nuevo el celador con una silla de ruedas y me dijo: ¡Vamos!. Un lagrimón brotó resbalando por mi mejilla.
Cuando llegué al quirófano y vieron que iba llorando me dijeron que qué me pasaba, que allí no pasaba nada, que tranquila. "¿Tú cuántos años tienes?" me dijo una enfermera, Dios mío que vergüenza me entró, verdad, con treinta y llorando, "Que no mujer, que no lo digo por eso...".
Me subieron a la camilla, y me pusieron la via del suero. Sólo recuerdo un par de bromas del anestesista y que me di la vuelta de lado para la epidural. Ya lo siguiente que sentí era cómo el doctor me decía, ¿estás despierta?. Mira, ya estamos casi terminando, giradle el monitor. Y después, vagos recuerdos hasta que estaba muerta de frío en la sala en la que estuve esperando casi dos horas a que se me fuese la anestesia.  La señora de al lado lloraba en lo de la anestesia, yo tenía un reloj en frente y el castañear de dientes iba pasando a medida que las agujas del reloj avanzaban.
Me subieron a la habitación, y allí estuve hasta últimas horas de la tarde. La pierna apenas la sentía, supongo que seguía drogada. Nos fuimos para casa y casi que me da algo intentando subirme a la cama, la pierna era una auténtica mole.
Lo peor vino al día siguiente, empecé a tener fiebre y a sentirme bastante mal, y al parecer lo que había ocurrido es que me entró un virus. Pasé unos tres días sin tomar nada más que acuarius y con un mal cuerpo horrible. Lo más doloroso de todo, las inyecciones de heparina que hay que ponerse en la tripa para evitar trombos. Vaya tela... Póbrecita mi madre, que ha tenido que aprender a ponérmelas, porque yo con lo que soy, si tuviese que ponérmelas sola me daría algo. Tengo unos cuantos agujeritos en la tripa y varios cardenales.
La pierna más o menos bien, ya voy doblando cada vez más la rodilla y me quitan los puntos esta tarde. A quien vaya a operarse de menisco, le digo que la operación en sí no es tanto, yo no sentí nada, es más el miedo que da el quirófano. Ya os contaré cuando comience la rehabilitación, que imagino que molestará bastante porque tantos días la pierna quieta, será normal.

En fin, que entre pitos y flautas, estos días han sido totalmente improductivos y aburridos, no he conseguido organizarme para hacer prácticamente nada. Espero que ahora que me quitan la venda y estoy más animada pueda disfrutar las últimas semanas de baja haciendo algo útil. Menos mal que Lisa me ha hecho compañía todo este tiempo. ¿Lo que más deseo? Darme una buen ducha larga y duradera sin miedo a que se meta agua en la bolsa y se moje la venda.


lunes, 14 de febrero de 2011

El miedo

Esta noche siento esa palabra que en alguna ocasión seguro que habéis sentido en vuestro propio cuerpo. Ese escalofrío que recorre cada minucioso poro de la piel, cada músculo y cada hueso hasta desembocar en la punta más abierta de alguno de tus cabellos.  Se manifiesta de diversos modos, y en variadas ocasiones, pero cuando uno percibe esa sensación, nuestro cerebro dibuja esa palabra que de forma arbitraria está representada así, MIEDO. 

Normalmente aparece ante sucesos, circunstancias o momentos desconocidos. Generalmente, se asocia a algo que puede en algún instante reportarnos dolor, angustia y algún daño a nuestra propia persona o incluso alma. Se puede sentir miedo si lo que hacemos tiene consecuencias que desconocemos a priori, o  el impacto total que tendrá: perder a alguien, cambiar de trabajo o comprarse una casa pueden hacernos sentir el MIEDO. Creo que muchas de las veces está asociada también al cambio, porque ese cambio y esa crisis producen desasosiego, el desasosiego propio de no controlar la situación al cien por cien.


Yo he sentido miedo en muchas ocasiones, desde que era pequeña. Era como se suele decir, una niña miedica. Me acostaba por las noches y tenía pánico, escuchaba ruidos, tenía que encender la luz, supongo que en aquella época eran los monstruos los que me preocupaban. ¿Habrá alguno dentro del armario? Llamaba a mamá y ella tenía que inspeccionarlo, el armario, debajo de la cama, porque a mí ese miedo me paralizaba y me impedía incluso moverme. Después ese miedo pasó por otros derroteros, aún recuerdo como nuestra profesora del colegio nos contó que había que tener cuidado con los espíritus y las güijas, y durante una larga temporada mi pánico a la hora de dormir se había enfocado en esos espíritus que podían rondar mi habitación y mi casa. Recuerdo que incluso me hacía una cama con los cojines del sofá en la alfombra de la habitación de mi hermano para no dormir sola. En otra ocasión, dormí en la alfombra de la habitación de mis padres, todo ello sin que ellos se dieran cuenta, claro. 

Ese MIEDO a dormir y a la oscuridad me ha perseguido toda la vida. Más que otro tipo de angustias, porque de hecho siempre he sido muy lanzada a probar cosas nuevas en todos los ámbitos y he seguido la máxima que dice que es mejor arrepentirse de haber hecho algo, que arrepentirse de no haberlo intentado.

El miedo que siento esta noche, es sin duda miedo a lo desconocido, miedo a un quirófano, miedo a que me pinchen la epidural. Por lo tanto... el miedo es al dolor. A que me duela la anestesia, a que me duela la operación y a que me duela todo lo que viene después. He soñado esta noche con la operación, una operación que se desarrollaba en una casa antigua, como la de mi abuela, los médicos me introducían en una habitación supercutre que ejercía las labores de quirófano, mi madre aparecía por allí con una jeringuilla en la mano, "no te asustes, que esta es la epidural", el doctor llevaba un maletín del que sacaba los instrumentos. ¡Pretendían que me tumbase en aquella cama a que me pusiera la inyección como si nada!. 

En fin, que eso, que me da miedo por lo que pueda pasar. Tengo la certeza de que todo va a salir bien, porque es algo más bien rutinario, pero no puedo dejar de tener esa angustia concentrada en el pecho y esa imagen mental de una aguja acercándose a mi espalda. En fin, miedo.


sábado, 12 de febrero de 2011

Amores

Supongo  que el despertarme de este modo en este día, en el que el nerviosismo recorre mis venas dos días antes de la operación,  no me ha traido buenos pensamientos. Me he despertado escuchando lo siguiente: "Mari tia, que lo siento por no quedar ayer, pero que tenía una explicación, ¡ay dios, que sé porqué me dejó el Jose Mari, porque estaba con la Miriam!, ayer los pillé infraganti". A estas palabras, le siguió un llanto horrible y una serie de detalles con pelos y señales sobre cómo había pillado a su amiga con el novio. 

La chica estaba en el patio comunitario y al abrir los ojos, pensé por un momento que me encontraba dentro de una telenovela. Pero es que esa situación, esa sensación de tristeza y dolor la hemos sentido todos alguna vez. Cuando alguien te deja, para uno es incomprensible, es doloroso, es cruel y si encima no te dan una razón convincente, es aún peor. Supongo que esta chica, que decía textualmente una y otra vez: "estoy muy mal Mari, estoy rota por dentro, " ahora se sentía mal por la doble traición, pero al menos había encontrado una explicación lógica a la ruptura. Supongo que cuando es así, con terceras personas por medio uno se siente algo mejor al culpar a otros, y no a uno mismo.
Antes de la ruptura, uno se para a observar lo negativo y las necesidades que no están cubiertas, pero sólo a raíz de la separación, uno es consciente de que existían otras que sí estaban satisfechas. En este momento es en el que se toma conciencia de que se echan en falta ese tipo de satisfacciones o beneficios.
El paso del tiempo crea una dependencia emocional entre las dos personas que es difícil de solventar, esta chica, ahora pasaba por ese horrible agujero negro. A veces, tan negro que dura meses. No he podido evitar recordar una relación del pasado, y como, una vez que se empieza a ver todo de otro modo, que se aprende a estar solo, a disfrutar del tiempo libre, a conocerse más a uno mismo el negro se convierte en blanco, o al menos en tonos muchos más claros.
El amor es completamente incompresible a veces, uno no elige de quién se enamora, ni por cuanto tiempo, ni puedes evitar que aparezcan terceras personas en tu vida. Simplemente hay que cultivarlo como si fuese un jardín, pero por mucho que lo mimes puede caer una gran tormenta de granizo y mandarlo todo al traste. Ahora que se acerca San Valentín,  que uno aprovecha para cenitas, flores y regalos que no se dan todos los días, es momento de regar aún más el jardín, y sobre todo disfrutar del presente, porque creo firmemente que en esto del amor no suele haber buenos ni malos, simplemente  es Eros el que nos coloca como fichitas de un juego entre él y Afrodita.